El fin de semana que
pasó traía dos retornos que hacía años esperaba: el primero, la vuelta de
Cuentos Borgeanos, banda que alimentó mis años adolescentes con buenas
canciones, pogos y letras inolvidables. El otro, la posible chance de gritar Campeón del torneo local de mi equipo
San Lorenzo de Almagro.
Parte II: San Lorenzo de Almagro
El domingo 1 de
diciembre me levanté poco antes de las 11 AM. El calor era insoportable y el
sol parecía un incendio, pero mi energía estaba desplegada en un solo lugar: ir
hacia el Nuevo Gasómetro que jugaba mi querido Ciclón. Todos los resultados del sábado eran los que necesitabamos
para dar una nueva vuelta olímpica: All Boys le había ganado a Newells, a
Arsenal lo goleó feo Belgrano y Tigre había derrotado a Atletico Rafaela.
Ayer domingo, sólo
faltaba que Lanús y Boca que se enfrentaban, empaten (cosa que pasó). Con un triunfo nuestro,
el título se quedaba en el barrio de Boedo. Pero no.
Salí de mi casa a
las 13.30 horas, y me tomé el 63 para combinar en las avenidas Nazca y
Rivadavia, con el colectivo 76. Los colectivos pasaban cargados de Cuervos, y
no paraban. Recién eran poco más de las 14.
Un viejo barrabrava
del club también esperaba en la parada junto a un niño, que debería ser su
nieto. Luego de que me empezamos a hablar, un hincha del Ciclón pasa arengando
con la bocina del auto. Lo frena el semáforo, y corrimos en busca del auto que
nos deposite en la cancha del Azulgrana. Y así fue.
Un mar de gente
inundaba las inmediaciones del Nuevo Gasómetro cuando llegamos. Cada cuál se
fue a la entrada que le correspondía.
Ingresé por la Ciudad Deportiva, y el acceso a
la popular resultaba una locura. Mucha gente esperando el final deseado bajo un
calor intolerable. Eran las 14.30 horas. Para pasadas las 15 horas, luego de
que la policía decidiese abrir las puertas, y (obviamente) hicieran pasar a la
hinchada primero, la gente comenzó a entrar al Gasómetro para colmar su
capacidad.
Lo primero que hice
fue mojarme la cabeza y encontrarme con algunos de mis amigos en la tribuna. Nos
acomodamos antes de las 15.30, bajo un sol que quemaba. Así pasamos las
primeras: soportando el calor y comiendo algún helado que vendían.
Una hora antes de
empezar el partido, los Bomberos decidieron rociar de agua la tribuna y en ese
instante no sólo me hidraté, sino que también le di sepultura a otro celular,
que con el agua decidió no funcionar más.
Para las 17.30
horas, la fiesta empezó en la cancha de San Lorenzo. Todo daba a entender que
de ahí, todos iríamos a San Juan y Boedo, la esquina clave del barrio para
festejar un nuevo campeonato.
La realidad fue
otra. Los jugadores se enfrentaron a un Estudiantes de La Plata que todo el torneo no
supo a qué jugar, de una manera ilógica. Sin sangre y con pocas ganas de ganar. Los
nombres que salvaron ‘las papas’ varios de los partidos, parecían jugadores del
montón que no arriesgaron nada.
Los únicos que
realmente jugaron como se debe jugar un partido así fue el ‘Pichi’ Mercier y ‘El
Pipi’ Romagnoli. También el arquero Torrico, que supo mostrarse seguro cuando
se lo necesitó.
El partido terminó y
la gente se fue más que con dolor, decepciona. Los mismos que perdieron la Copa Argentina en octubre
pasado, dejan pasar una chance así teniendo todo para campeonar.
El campeonato recién
se define en dos semanas, el 15 de diciembre. Lanús versus Newells, y San
Lorenzo versus Vélez. Sí: los cuatro equipos que llegan con chances, se cruzan
en la última fecha.
Uno de los peores
torneos de la historia del fútbol local (el campeón será el primero con tan
pocos puntos) y que muestra la mediocridad que poseemos en el juego hoy en día,
sacando los jugadores que están en el exterior.
San Lorenzo lo dejó
pasar de manera inesperada. Y a mí, se sumó otra vuelta que no esperaba: la de
volver a casa y con las manos vacías.
Comentario por Ariel Andreoli
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