El sábado 2 de noviembre prometía estar feo
y daba la impresión de que otra vez, se atrasaría el comienzo del Quilmes Rock, festival patrocinado por
la marca de cerveza, por mal tiempo (la fecha del 1 de noviembre se terminó
pasando al 4 de noviembre por las lluvias intensas que azotaron la ciudad).
Pero no: el viejo Parque de la
Ciudad (convertido en ‘Ciudad del Rock’) recibiría a decenas
de bandas para darle comienzo a esta nueva edición. Esta vez sería en un lugar
nuevo para los habitués de estos
tipos de festivales.
La venta de entradas había comenzado hacia
unos meses, con una promoción en la que venía el estacionamiento incluido ya
que los medios de transporte son más limitados que en otras zonas de la ciudad
(sino, preguntar a las miles de personas que finalizado el show no sabían como
iban a volver a sus casas).
Al ingresar al predio, se notaba la
urbanización realizada en varias de las hectáreas que completan el predio, para
que la organización del show sea pareja y no hubiera ningún tipo de quejas.
Desde temprano, cuando el sol aún jugaba su rol de dar calor, se podía ver
bandas en el escenario principal, siendo Richard Coleman (eterno amigo de
Gustavo Cerati como también integrante ochentoso de Fricción) el plato fuerte
nacional con un show muy prolijo, con varias canciones de su último álbum
‘Incandescente’. Mientras que Café Tacuba fue la banda telonera de Blur. Con un
show de poco más de una hora, la banda mexicana regó algunas gargantas con
varios de sus hits, tanto covers como propios.
Pasadas las 21, la gente ya pedía por esos
niños ingleses que supieron inundar los 90’s con hits eternos de radios y
boliches. Unos sonidos de fondo hacían de previa hasta que finalmente salieron,
después de 14 años, Damon Albarn (voz, tecladista y guitarrista), Graham Coxon
(voz y guitarra), Alex James (bajo) y Dave Rowntree (batería), generando un
bullicio de placer y excitación. Un "Buenas noches!", soltó Albarn con un
español bañado de ese tono inglés innegable apenas subió, para luego
despacharse con un “Are you Ready?”, y las 30 mil personas que copaban el lugar
no pudieran negarse a estar listos cuando, los sonidos electrónicos invitaban a
saltar/bailar con el inoxidable ‘Girls & Boys’. La noche estuvo plagada de
esos himnos que nadie olvida: desde el (casi) inédito ‘Popscene’ hasta ‘There’s
no other way’, de Leisure, desde
‘Beetlebum’, del disco Blur (pasando
por ‘Trimm Trabb’ y ‘Caramel’, de 13)
hasta ‘Out of Time’, del casi no recordado ‘Think tank’, último album de
la banda de Colchester.
Coxon tomó el micrófono y comenzó a cantar
‘Coffee & TV’, canción más recordada del álbum 13, que los trajo a la
Argentina allá a fines de 1999. La finalizó Damon, con unas
frases de ‘Satellite of love’, para recordar y eternizar a Lou Reed. La banda
estuvo acompañada de dos grupos: uno de coristas, y otro de vientos, que
encajaban tan bien con la banda, que era casi una experiencia sinfónica por la
sincronización que poseían con el grupo inglés. No más escuchar ‘Tender’, que
emocionó a todos los que estaban presentes, y ni hablar de esa chica que
subieron al escenario (gracias al cartel que sostuvo gran parte del show
diciendo que su sueño era cantar con Albarn esa canción) para interpretar las
primeras estrofas de ese bello tema.
Puros hits sonaban y sonaban junto a la
torre del ex Parque de la
Ciudad, por eso ‘To the end’ y ‘Country House’ (donde Albarn
se paseó por el pasillo que dividía el campo saludando a la gente),
antecedieron al inigualable ‘Parklife’, con Phil
Daniels, el comediante que narra la parte hablada en la canción. El actor
los acompaña en toda esta gira mundial que realizan los reyes de la Cool Britannia. ‘End of the Century’ y ‘This is a low’
cerraron la primera parte del show, pero aún quedaba un solo bis (sí, una
pena). ‘Under the Westway’, una canción nueva espectacular donde Damon hizo rugir su teclado. Modern life is rubbish es el segundo
álbum de la banda, y de ese disco de 1993 sonaba ‘For Tomorrow’, para darle un
tierno final con ‘The Universal’, esa canción maravillosa de The great Escape de 1995, que puso
sensible a todos y nadie no pudo corear el “It’s
a really, really, really, Could happen”, del estribillo de la canción.
Claramente, ese no fue el fin: faltaba ‘Song 2’, para destrozar las cabezas y sobre todo,
(lo poco que quedaba de) las piernas, con un pogo que va a ser imposible de
olvidar.
Blur pisó suelo argento por segunda vez en
su historia, y su público le demostró tan sólo con hechos, que el amor por
ellos es gigante. Dos generaciones, la que estuvo en el ’99 y la que no,
esperaron 14 años para verlos otra vez brillar. Ellos, no defraudaron: vinieron
a ratificar por qué son una de las bandas más importantes en la historia del
rock británico, mostrando que los buenos músicos son como un buen vino:
mientras más le pasan los años, más interesantes se ponen.
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